Por Mark Watson
Han pasado seis meses desde que mi esposa, Jenny, y yo abordamos un avión en Chicago y nos mudamos a la Ciudad de Guatemala. Nuestras vidas han cambiado drásticamente desde entonces.
En el último año, ambos dejamos nuestros trabajos de tiempo completo, vendimos todas nuestras pertenencias y nos despedimos del lugar que llamamos hogar durante siete años. Dejamos atrás a los mejores amigos que jamás hayamos tenido. Y todo esto mientras Jenny tenía seis meses de embarazo. Ha sido una aventura intensa.
Hemos aprendido muchas lecciones en estos seis meses sobre la vida misionera. Aquí algunas de ellas. Y confesamos que seguiremos luchando con estas mismas lecciones mientras las aprendemos una y otra vez.
1. El choque cultural es real
Siempre pensé que el choque cultural era para quienes se mudaban al desierto de África o a las selvas de Sudamérica. Quiero decir, ¡Ciudad de Guatemala tiene un Wal-Mart! ¿Cómo puede haber un choque cultural ahí?
Pero la cultura incluye mucho más que comida, ropa, música y tradiciones. La cultura es una especie de sustancia intangible que moldea cómo las personas piensan y sienten. Las diferencias a menudo son muy sutiles, pero eso no disminuye su importancia.
Por ejemplo, cuando un guatemalteco entra a una habitación, saluda personalmente a cada persona. Al salir, también se despide uno por uno. Es un detalle pequeño. Pero si yo entro y simplemente digo “Hola a todos”, probablemente pensarán que soy grosero. Así que, cada vez que entro en una habitación, hago el esfuerzo de saludar a cada persona individualmente.
Las palabras que usamos, los chistes, cómo procesamos emociones, ideas, lo que valoramos o no, cómo trabajamos, cómo nos divertimos: todo tiene matices culturales. Mudarse de una cultura a otra es como saltar de un jacuzzi a una piscina fría.
2. La duda está en todas partes
Esta no me la esperaba. Estoy seguro de que la mayoría de los misioneros la experimenta. Después de toda la emoción y las despedidas, te despiertas un día y piensas: «¿Qué fue lo que hice?» La duda está por todas partes. «¿Escogí la casa correcta?» «¿Qué pensarán de mí?» «¿Estoy logrando algo?» «¿Por qué estoy aquí?»
Es impresionante la cantidad de dudas que surgen en un día cualquiera. Soy una persona muy segura y decidida, incluso crecí en América Latina. Pero mudarse a otro país puede sacudir la confianza más firme.
3. Caminar por fe es difícil
No me gusta admitirlo, pero rara vez había sentido la necesidad de caminar por fe. No significa que no la tenía; la tenía, y era enorme. Pero nunca me había sentido tan fuera de mi zona de confort como para necesitar desesperadamente algo que me diera estabilidad o seguridad.
En la mayoría de contextos ministeriales, me apoyaba demasiado en mis habilidades o fortalezas. Pero mudarse a otro país neutraliza muchas de esas fortalezas.
De pronto, sentí una enorme presión por confiar en que Dios usaría mis esfuerzos torpes. Es una presión que debí haber sentido mucho antes. Mis talentos o habilidades, aparte de la gracia de Dios, no producen nada eterno. Antes, confiaba en mis capacidades para sentirme satisfecho. Sentía que tenía un plan, estabilidad, visión. Pero aquí, nos despertamos cada mañana confiando en que Dios ya tiene planeado nuestro día. Caminar por fe duele, pero es un buen dolor.
4. Lo que extrañas puede ser curioso
Extraño la alfombra. Lo sé, suena raro, pero la alfombra siempre me ha dado una sensación de hogar. En Guatemala no tiene sentido usar alfombra, así que no la hay.
También extrañamos Walgreens. No hay tiendas de conveniencia similares. Hay que ir al supermercado. Jenny extraña el regaliz. También extraña Chick-fil-A, Chipotle y la Coca-Cola Light. Creo que ya ves el patrón.
5. El sentido de pertenencia nunca fue tan importante
Yo no pude vivir en comunidad la mayor parte de mi vida, ya que me mudaba constantemente. Jenny creció en el mismo pueblo hasta la universidad. Ambos pudimos establecernos en el área de Chicago por algunos años, donde realmente experimentamos comunidad. Estábamos rodeados de personas a quienes queríamos y que también se preocupaban por nosotros. Por primera vez en mi vida, no me sentía un extraño.
Mudarse a otro país significa comenzar de nuevo. Llegas a un lugar donde las personas ya tienen sus tradiciones familiares, sus grupos de amigos, sus planes para el fin de semana. Ahora comprendemos la importancia de sentir que perteneces.
Poco a poco, Dios está formando una pequeña comunidad para nosotros. Como dice nuestro director en TEAM: «Una de las primeras cosas que Dios dice en toda la Biblia es: “No es bueno que el hombre esté solo”». Hemos sentido esa verdad en carne propia.
6. Todo es una aventura
Cuando te mudas a otro país, absolutamente todo es una aventura. Probablemente nos perdimos las primeras siete veces que salimos de casa. Hemos buscado doctores en otro país. Hemos tenido un bebé en otro país. Hemos llenado formularios de inmigración, conseguido pasaportes para nuestro bebé. Hemos tenido que descubrir dónde hacer compras, dónde comer, dónde ver una película.
Sería una mentira decir que estos seis meses no han sido difíciles. Sin embargo, Dios los ha usado para pulir esas esquinas endurecidas de nuestro corazón que nos impiden escuchar su voz y confiar en Él. Dios los ha usado para confirmar nuestros dones, fortalezas e incluso nuestras debilidades, y para moldearnos en el tipo de seguidores de Cristo que Él quiere que seamos.
Consejo: Cuando vayas a animar a un misionero nuevo, recuérdale por qué está allí en primer lugar. Puede sonar trivial, pero te aseguro que los nuevos misioneros luchan con las preguntas del «¿por qué?».
Nota: Este artículo fue traducido del blog de TEAM. Puedes consultar el artículo original haciendo clic aquí.
