Quiero comenzar contrastando dos historias:
La primera es la de los cinco misioneros que murieron a manos de los huaorani en Ecuador en 1956. Jim Elliot y sus compañeros intentaron hacer contacto con este pueblo aislado, enviándoles regalos para ganar su confianza. Finalmente, decidieron un encuentro cara a cara, pero fueron asesinados. Años después, la esposa de Elliot y otros misioneros lograron establecer contacto con los huaorani, compartiendo con ellos el evangelio y viendo una transformación en la comunidad.
La historia de su martirio tuvo un impacto profundo, inspirando a muchos a involucrarse en misiones. Fue ampliamente reconocida incluso en medios seculares. Este relato fue contado en libros y documentales que mostraban la valentía de estos misioneros y el poder de la reconciliación a través del evangelio.
En contraste, en 2018, John Allen Chau intentó contactar a los sentineleses en la Isla Sentinel del Norte en India, una tribu aislada. Fue asesinado, y su acción fue criticada por medios y activistas, a diferencia de la admiración que se tuvo por Elliot y sus amigos en su tiempo. En vez de ser considerado un mártir de la fe, su historia fue vista como irresponsable e imprudente.
¿Qué ha cambiado de 1956 a 2018? Vivimos en una era donde el evangelismo y la misión de la iglesia son vistos con escepticismo, a menudo considerados como una forma de colonialismo. La cultura global ha cambiado, y con ella, la percepción sobre la misión. Pero la pregunta fundamental sigue en pie: ¿Cómo respondemos al llamado de Dios en un mundo que rechaza la verdad absoluta?
Factores que han moldeado nuestra generación
Para entender nuestra situación actual, es importante reconocer algunos de los factores culturales que han influenciado la mentalidad de nuestra generación:
1. Relativismo moral
Hoy en día, se considera que la moralidad no es absoluta, sino relativa a la cultura o la persona. Esta idea ha permeado la sociedad hasta el punto en que afirmar una verdad universal se percibe como una imposición. Como cristianos, sabemos que la verdad no es subjetiva, sino que emana de Dios y está expresada en su Palabra. Sin embargo, en un mundo donde «cada quien tiene su verdad», compartir el evangelio se vuelve un desafío porque muchos no creen que necesiten ser salvos.
2. Falsa tolerancia
El concepto de tolerancia ha cambiado. Antes, la tolerancia significaba respetar y amar a las personas con diferentes creencias sin necesidad de estar de acuerdo con ellas. Ahora, tolerancia significa aceptar todas las creencias como igualmente válidas, lo que implica que nadie puede afirmar que tiene la verdad. Esta falsa tolerancia evita el discernimiento y la corrección amorosa, promoviendo una cultura donde la evangelización es vista como ofensiva o inaceptable.
3. Cultura de cancelación
Vivimos en una época en la que las personas temen decir algo que pueda causar su rechazo social. Los jóvenes, en particular, son muy conscientes de las repercusiones de expresar opiniones que no encajen con la narrativa dominante. Un estudio de Barna reveló que casi la mitad de los cristianos millennials creen que está mal compartir su fe con la intención de convertir a otros, a pesar de que también creen que conocer a Jesús es lo mejor que le puede suceder a una persona. Este miedo paraliza la misión de la iglesia.
4. Entretenimiento sin fin
El mundo moderno está lleno de distracciones. Plataformas como Netflix, redes sociales y videojuegos buscan acaparar nuestra atención constantemente.
Esto nos lleva a dos grandes peligros:
- Vivir sin verdad, lo que genera miedo e inseguridad.
- Vivir distraído, lo que genera falta de enfoque y propósito.
Si estamos constantemente consumiendo entretenimiento sin reflexión, es difícil que dediquemos tiempo a la misión de Dios. Nos volvemos indiferentes y complacientes en vez de vivir con urgencia por la salvación de las naciones.
La misión de Dios te da valor y vence el miedo
En Romanos 15:7-14, Pablo cita el Antiguo Testamento para mostrar la progresión del movimiento misionero de Dios:
- Los gentiles observan la adoración de Israel.
- Son invitados a adorar.
- Adoran por sí mismos.
- Ponen su esperanza en el Mesías mientras el pueblo de Dios lo ve y alaba a Dios por la salvación de las naciones.
Esto demuestra que la misión está fundamentada en la verdad de Dios y en Su plan de salvación de las naciones y la restauración de todas las cosas a través de Cristo. Participar en la misión de Dios nos libra del temor en un mundo que ha perdido su ancla en la verdad. Cuando entendemos que el evangelio es la respuesta definitiva para la humanidad, encontramos valentía para compartirlo sin temor a la opinión del mundo o, al menos, de la mayoría.
La misión de Dios te da enfoque
Pablo no vivía distraído. En Romanos 15:18-21, explica su llamado a predicar donde Cristo no ha sido anunciado. Su meta era llegar a España, un territorio inexplorado para el evangelio en su época.
Necesidad vs. acceso
Aunque las iglesias en el mundo tienen muchas necesidades, Pablo priorizaba llevar el evangelio donde no había testimonio. Hoy día, existen zonas donde hay muy poca predicación del evangelio. Es crucial que comprendamos la diferencia entre necesidad (problemas dentro y al rededor de la iglesia) y acceso (la posibilidad de escuchar el evangelio). La Gran Comisión nos llama a responder a ambas cosas, pero este escrito hace un enfoque en aquellos que aún no han tenido oportunidad de escuchar de Cristo.
La realidad actual
Para visualizar mejor la situación, imaginemos que reducimos la población mundial a 16 personas cada una representa medio millón de personas. En términos generales podemos decir que:
- 2 serían creyentes comprometidos.
- 3 serían creyentes nominales.
- 4 serían no creyentes con acceso al evangelio.
- 7 serían no creyentes sin acceso al evangelio.
Ahora, pensemos en los obreros misioneros enviados alrededor del mundo:
- 7 de cada 10 (70%) sirven en lugares donde ya hay creyentes.
- 2 de cada 10 (20%) trabajan con personas no creyentes pero con acceso al evangelio.
- 1 de cada 10 (10%) va donde no hay acceso al evangelio.
El desafío es claro: necesitamos enfocar un poco más de nuestros esfuerzos en llevar el evangelio a quienes nunca han tenido la oportunidad de escucharlo. A esto le podemos llamar: reducir el gran desbalance. Pablo nos llama a vivir con valentía y enfoque en la misión de Dios, evitando la distracción y el miedo.
Conclusión
El mundo ha cambiado, y con él, la percepción sobre la misión cristiana. Sin embargo, el llamado de Dios sigue siendo el mismo: hacer discípulos de todas las naciones. No podemos dejarnos paralizar por el miedo, la cultura de cancelación o el entretenimiento sin fin. La misión de Dios nos da valor y enfoque en un mundo que nos quiere distraídos y silenciosos.
Que esta reflexión nos desafíe a involucrarnos activamente en la expansión del evangelio. Ya sea orando, enviando o yendo, cada uno de nosotros tiene un papel en la obra misionera. Que podamos responder con valentía y fidelidad al llamado de Dios, confiando en que su verdad sigue transformando vidas hoy como lo hizo en el pasado.